domingo, 14 de diciembre de 2014

Capitulo 3: Salir de compras.

La semana pasó de forma bastante extraña, habían ido los gemelos a ponerle unas cámaras por si volvía Richard con ganas de echar la puerta abajo e ir al salir del trabajo a ver a los chicos se había convertido en una de sus actividades preferidas, era muy interesante verlos trabajar. Cuando se había presentado otra de las clientas (Demasiado alta, demasiado delgada y demasiado lagarta) se había sorprendido al darse cuenta de que los cambios que ellos ofrecían siempre conseguían su objetivo.

Lo primero fue quitarle las gafas, la verdad es que la idea de tener que meterse un dedo en el ojo todas las mañanas para colocarse unas barreras de plástico contra un lugar tan sensible como era su ojo no le hacía demasiada gracia, pero al cabo de cuatro o cinco días en los que apenas podía ver por las lágrimas que le provocaba el estar acostumbrándose a ellas resultó que era bastante práctico. Ahora no tenía que limpiar los cristales cada dos por tres, ni se le empañaban cuando había un cambio de temperatura, ni se le resbalaban por la nariz y tenía que subirlas todo el tiempo y además veía todo bastante claro sin el marco que siempre había envuelto las cosas a su alrededor. Era asombroso el cambio que daban algunas personas cuando una se arreglaba un poco, había ido sin sus gafas a trabajar y el chico que hacía las fotocopias no solo había hecho sus copias primero, cuando normalmente debía esperar hasta que todos las tuvieran, sino que además le había llevado un té y había tartamudeado (¡Había tartamudeado!) Jamás nadie lo había hecho por ella.

El lunes se levantaría la veda para hablar con Richard de nuevo y el viernes estaba sentada como siempre en uno de los cómodos sofás del lugar. Cuando se pasa tiempo con las personas se descubren muchas cosas de ellas, por ejemplo que Marcus era un gran jugador de ajedrez, podía pasarse horas con una partida, además tenía un juego con figuritas de la guerra de las galaxias y siempre me dejaba coger el imperio; Los gemelos adoraban gastar bromas, el día que William había escupido el café y había enseñado su lengua azul había reído tanto que llegó con dolor de estómago a casa; William adoraba la literatura antigua, se sabía casi todas las obras de Shakespeare, pero también leía literatura romántica. Decía que era la mejor forma de entrar en la cabeza de una mujer y la verdad es que en cierta manera tenía razón.

Marcus todavía ejercía de abogado en algunos casos cuando le apetecía así que de vez en cuando desaparecía y los gemelos… bueno, los gemelos la mayoría de las veces estaban o infiltrados o por ahí de fiesta, jugando, tenían su propio mundo interno y era muy difícil llegar a él. En resumidas cuentas se encontraba a solas con William que estaba ordenando algunos archivadores y la miraba de vez en cuando mientras ella leía una de las novelas que él tenía por todo el lugar y tomaba uno de esos magníficos cafés.

- Te gusta nuestra cafetera ¿verdad?- preguntó mientras dejaba el último en su lugar.

- Es el cielo… el café de nuestra oficina creo que despierta más por su asqueroso sabor que por la cafeína- respondió mientras reía y alzaba la vista hacia él- ¿ya terminaste?- cerró la novela dejando una marca para seguir otro día.

- Sí, ven, vamos a hacer algo que llevamos posponiendo demasiado tiempo- comentó mientras le hacía un gesto y se dirigían hacia la puerta.

Había aprendido que era mejor no preguntar nada, simplemente hacer, muchas cosas al principio no tenían mucho sentido pero después cobraban significado con el tiempo. Así que se levantó y caminó detrás de él hasta el aparcamiento subterráneo donde descansaban todos sus coches. Mentiría si dijera que no había babeado cuando vio todos allí metidos. El de Marcus era un Arash AF 10, era una marca poco conocida pero sus coches significaban lujo, potencia y rapidez, de un color negro inmaculado. El de Carlos era un Ferrari 458 Challange… solo una de las ruedas de ese monstruo rojo y negro valía más que todos sus gastos de medio año, incluyendo facturas, comida, ropa y el alquiler del piso. Antonio poseía un Zeus Twelve Magnate blanco, aunque era un coche grande y podría considerarse, dentro de los coches de lujo, un auto familiar poseía tanta potencia que podría dejar tirados a la inmensa mayoría de los utilitarios normales, además era seguro y el único que podían utilizar todos cuando salían en grupo hacia algún lugar, tenía asientos traseros, que ya era algo raro en esas gamas, amplios y cómodos… con calentadores y masajeador, se había encargado de probarlo.

Por último estaba el de William, la joya de la corona, un Marussia Luxuri b2, traído directamente desde Rusia, negro mate… todo dentro de ella se derretía al ver ese coche, por algo trabajaba donde lo hacía, adoraba tocar y poder estar en aquellas máquinas que normalmente estaban fuera de su alcance. Como siempre que bajaba a aquel lugar, cada vez que podía hacerlo sola y cuando nadie la veía, acarició el capó del coche y casi ronroneó mientras se dirigía hacia la puerta del acompañante… como le gustaría conducirlo pero ahora no era el momento ni el lugar. Una vez dentro se sintió como si estuviera en un caza espacial, era todo lujo y tecnología, cromado y en cuero.

Recomponiéndose e intentando no babear, más que nada por no estropear la hermosa tapicería, se colocó el cinturón al tiempo que William entraba por el otro lado con media sonrisa en los labios y las llaves en la mano. Dejó la tarjeta en el hueco de delante de la palanca de cambios y pulsó el botón de encendido al tiempo que se colocaba el cinturón de seguridad, al instante ronroneó como un gatito y frotó las piernas entre sí por la repentina excitación que la embargaba, con la vibración del coche bajo su trasero… o dios, adoraba ese coche, quería ese coche, se dejaría hacer un hijo de ese coche. Todo esto se refirmó cuando William pisó el acelerador para ponerlo en marcha y a ella se le secó la boca y curvó sus dedos sobre sus muslos, tendría que dejar de montar en aquel sitio o la tendría que dejar conducirlo porque no aguantaría esa tensión dos veces… incluso olía de maravilla, como recién salido de fábrica.

- Adoro este coche- comentó él mientras salía a la calle y se colocaba las gafas de sol.
- Yo también- dijo ella mientras acariciaba el salpicadero.

- ¿Te gustan los coches?- preguntó sorprendido mientras la miraba alzando una ceja.

- Hay cosas de mí que no puede saber por internet señor Townsend- respondió mientras le miraba devolviéndole el gesto- Además trabajo en una empresa de coches de lujo.

- Eso me gusta, pero… ¿Cómo sabes mi apellido? Y pensaba que trabajabas de recepcionista o algo así- sonrió haciendo que le temblaran las rodillas, ese tipo de sonrisas deberían ser consideradas armas de destrucción masiva, no podían ser legales.

- Em… yo también puedo ser buena investigando y si te gusta tanto me tendrías que dejar conducirlo- sonrió esperanzada… Además suponer es una mala costumbre.

- Ya veremos- respondió este mientras se centraba en la carretera, aunque no paraba de darle vueltas a la idea de que ella conociera su apellido.

Amanda se cruzó de brazos porque sabía que eso significaba que en un noventa y cinco por ciento no la iba a dejar acercarse al volante, todos las subestimaban por ser una mujer… no le gustaba eso. Enfurruñada miró por la ventana sin ver realmente mientras se acercaban a su destino. El coche paró en un semáforo, haciendo que casi todos los transeúntes y demás conductores se volvieran para mirar el coche.

- ¿No vas a preguntarme dónde vamos?- William sentía el pesado silencio como una losa sobre él, estaba enfadada porque no le había dicho que le dejaría conducir su auto pero es que ese era su bebé y nadie podía tocarlo a parte de él.

- ¿De qué serviría? Simplemente vamos a ir de todas las maneras- se encogió de hombros y siguió mirando por la ventana lo que hizo que su acompañante frunciera el ceño.

- Mírame cuando hablas conmigo Amanda, no te comportes como una niña- alargó su mano derecha y le agarró el brazo y tirando un poco de él.

Ella se volvió a mirarle y el cuerpo se acercó hacia el asiento del conductor ya que William había tirado con un poco más de fuerza de la necesaria. William se había inclinado hacia ella por lo que chocó contra su pecho y al alzar la cabeza sorprendida sus labios quedaron a apenas unos centímetros. Sus respiraciones se mezclaron entrando en el pecho contrario, sus narices se acariciaban suavemente, sus labios entreabiertos por la sorpresa quedaban tan cerca que con el simple hecho de que él inclinara la cabeza se juntarían en un acalorado beso.

Las pupilas de ella se dilataron lentamente y los ojos verdes de él fueron oscureciéndose haciéndose cada vez más y más profundos a medida que el olor de Amanda se le mentía debajo de la piel. Alzó una de sus manos y acarició una de sus mejillas llevando un mechón de pelo detrás de la oreja de esta y rozando su nariz contra la de ella. Con este pequeño gesto consiguió que el corazón de esta se saltara un latido y le temblaran las rodillas, estaba claro que él tenía mucha más experiencia y estaba dispuesto a compartir su saber con ella… cuando empezaron a sonar los cláxones de los demás coches, ya que el semáforo se había puesto en verde, se quedaron paralizados un par de segundos y se apartaron de golpe volviendo a su postura inicial, él miró al frente fijamente y puso de nuevo en marcha el coche. Un nerviosismo y acaloramiento se podía palpar en el ambiente, ella se acarició los muslos repetidas veces para quitar el sudor que había aparecido en sus manos y se concentró en mirar por la ventana mientras deseaba que ese coche no oliera como él ya que no permitía que sus nervios se relajaran, se le habían puesto de punta con todo eso.

William había estado a punto de cagarla, estrepitosamente además, la primera y casi única regla del club era: “No te liarás con las clientas” y casi había sucumbido a la tentación. En su defensa cabía decir que el cambio que había sufrido ella con tan solo quitarse las gafas había sido espectacular, tenía unos ojos preciosos y una cara de proporciones perfectas… y luego estaba ese olor dulce y suave que se destilaba de su cuerpo. Sabía que cada mujer tenía uno, su cuerpo lo producía y los hombres se volvían locos por él, pero normalmente estaba disimulado tras perfumes, colonias, esencias de cremas… cosas que Amanda no utilizaba. Su cuerpo olía a ella, a mujer, a dulzura, a noches de pasión y risas. Solo de pensar en esto tuvo que morderse el labio inferior, le enfadaba saber que todo eso ya le pertenecía a otro hombre.

Se regañó a sí mismo mentalmente mientras fruncía el ceño, no, no podía pensar así de ella, además él era un hombre que no estaba hecho para la monogamia, seguramente era la abstinencia. Se convenció a sí mismo de que era así y de que nada más llegar a casa llamaría a una de sus amigas más que dispuestas a deshacerse de su pequeño problema. Estaba seguro de que esta era la solución así que para cuando llegaron a la tienda de lujo y aparcaron en el parquing privado subterráneo ya tenía una sonrisa en los labios.

- ¿Dónde estamos?- preguntó Amanda mientras bajaba del coche y le miraba.

- En una tienda de ropa, vamos a comprarte algunos conjuntos, no muchos, para mejorar un poco tu armario- caminó hacia el ascensor con ella pisándole los talones- tienes algunos vestidos y chaquetas que están bien por lo que he podido ver, vas a dejar de utilizar ropa tan holgada.

- Sabes mucho de moda para ser un hombre ¿no?- preguntó mientras entraba en el pequeño cubículo de metal.

- ¿Quién mejor que nosotros para saber qué le queda bien a una mujer y qué no?- respondió mientras la miraba fijamente hasta que se sonrojó.

- En eso supongo que tienes razón.

En cuanto se abrieron de nuevo las puertas se dio cuenta de que en esa tienda hasta el aire que se respiraba tenía que ser caro, le daba miedo poner un solo pie en ella, su cuenta corriente estaba llorando solo de pensar que su dueña pudiera pensar en gastar algo de dinero así y por algo me refiero a todo lo que tenía por solo una de las prendas. Su trabajo no estaba mal pagado, todo lo contrario pero su padre estaba enfermo desde hacía medio año y aunque el apenas se había preocupado por ella no podía abandonarlo. William le colocó una mano en la parte baja de la espalda y cuando la dependienta se acercó sacó una tarjeta del bolsillo interior de su traje y se la entregó… vale, ella no iba a pagar. La mujer se alejó dejándolos solos en montones de ropa y ella no sabía por dónde empezar.

- Tu tono de piel es perfecto para casi cualquier color pero no quiero nada demasiado claro, a no ser que sea blanco, tienes que hacerla destacar - comentó William mientras buscaba entre las perchas.

- Nunca he sido buena para elegir la ropa- confesó mientras miraba lo que él elegía balanceándose sobre sus pies.

- Ya me he dado cuenta- sacó un vestido palabra de honor color azul oscuro con botones al estilo marinero pero sin ser demasiado atrevido y se lo entregó- pruébate esto.

- ¡Si capitán mi capitán!- se cuadró como en el ejército haciéndole sonreír y se marchó.
Resultó que ir de compras con él era bastante divertido, bromeaban sobre las prendas horteras y feas, la hacía probarse conjuntos de ropa, le enseñaba qué es lo que le quedaba bien y lo que no y ambos reían mientras iban de un lado a otro de la tienda. La dependienta tan solo recogía los conjuntos que él consideraba suficientemente buenos y los llevaba a la caja donde añadía a la cuenta, doblaba cuidadosamente y los metía en glamurosas cajas… lo más surrealista de todo es que, por primera vez en mucho tiempo, quizás desde que Teo se marchó a la marina, se sintió hermosa de verdad. No es que la ropa la hiciera ser diferente, era la forma en la que él se fijaba en ella y solo en ella mientras estaban allí. Mujeres hermosas habían pululado a su alrededor mientras estaban eligiendo y él no apartó sus ojos de ella en ninguna ocasión, centrándose tan solo en hacerla sentirse el centro de atención.

Todo tiene un límite y al llegar el momento en que ya probarse ropa empezaba a ser una pesadez y él se cansaba de elegir más complementos pagaron y se marcharon hacia una planta inferior donde había una acogedora cafetería. El olor a café recién hecho, frutas y especias hacía que tuviera ganas de respirar profundo y cuando tomaron asiento ambos lo hicieron al mismo tiempo. Se sonrieron mutuamente esperando a que un camarero se acercara a tomar su nota.

- ¿Qué van a tomar?- preguntó este alzando una pequeña libreta de tapas negras.

- Yo quiero un Cappuccino con mucha espuma y un trozo de Selva Negra- señaló el dulce en la carta y sonrió al camarero que tuvo que parpadear un par de veces antes de poder centrarse y volverse hacia William para tomar el pedido de este.

- Yo quiero un Café americano y una San Marcos- pidió mientras lo fulminaba con la mirada por su comportamiento.

El chico pareció ignorarle porque volvió a sonreír a ella antes de marcharse, el nuevo vestido que ahora llevaba quedaba justo por sus rodillas y se abría de forma suave a su alrededor ajustándose bajo sus pechos con una cinta que se ataba a su espalda, las mangas largas y la tela abrigada permitían que pudiera estar sin el abrigo en el interior. Era de un suave color coral que resaltaba lo blanco de su piel y lo oscuro de su pelo en un delicioso contraste. Lo que más le gustaba sin embargo era la evidente sencillez de ella, ahora no sabía el poder que tendría sobre los hombres acostumbrada a considerarse poco atractiva y eso podría ser un problema.

Cundo el pedido estuvo sobre la mesa la vio comer de su tarta de chocolate y frutas del bosque como si estuviera degustando el mismo cielo y tuvo que taparse la boca con una de sus manos para esconder la sonrisa de satisfacción que se había formado en sus labios. Nunca comprarle ropa a una mujer había sido tan satisfactorio y lo más raro de todo es que no quería desnudarla como a todas las demás.

Amanda se sentía como si estuviera en el Edén, de repente todos se habían vuelto muy amables con ella y además comía un dulce que haría llorar al mismo señor oscuro… era delicioso, la acidez de las frutas naturales combinadas con el dulzor del Chocolate se fundían sobre su paladar. Casi se sonrojó cuando se dio cuenta de que William la miraba fijamente mientras daba un sorbo al café negro que había pedido, jamás entendería a la gente que era capaz de tomar aquello sin leche o azúcar.

- ¿Qué?- preguntó mientras se lamía los labios para quitarse los restos de chocolate.

- Nada… solo tenía curiosidad sobre esas supuestas cosas que no puedo saber de ti a través de internet- comentó tomando un poco de su dulce y llevándoselo a los labios.

- Pregunta- respondió ella sorbiendo un poco de su taza y luego limpiando sus labios de la deliciosa espuma de leche que había en la superficie.

- ¿Cuánto sabes de coches?

- ¿Cuánto sabes tú de mujeres?- respondió al instante y al ver como levantaba la ceja sonrió- pues más o menos en el mismo nivel.

- Bien… ahora dime algo que casi nadie sepa de los que te conocen- sonrió encantado con ese juego.

- Guerras soy de las galaxias fan- respondió con su mejor voz de Yoda.

- ¡No puede ser!- rio mientras casi se atragantaba con su bebida.

- Te toca- le señaló con su cuchara mientras fruncía un poco la nariz de forma graciosa.

- ¿Sabes lo que es el LOL?- preguntó mientras dejaba salir una lenta sonrisa.

- ¡NOOOO!- dijo sorprendida mientras abría ampliamente los ojos.

- Si- se carcajeó- pero si esto sale de aquí juro que me vengaré de modos que no imaginas- alzó una ceja.

- Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo- aseguró haciendo una cruz sobre su corazón pero sin dejar de soltar pequeñas risitas.

Pasaron cerca de dos horas hablando sobre sus distintos hobbies ocultos y rieron mientras eran mirados de forma extraña por los demás clientes de la cafetería, a un tipo tan trajeado y guapo no le pegaba reír como un niño pequeño y a ella se la veía demasiado sofisticada para hacer la cantidad de muecas que hacía mientras contaba historias destartaladas. Al final había reído tanto que les dolía el estómago y cuando volvieron a montarse en el lujoso coche, tras, con bastante esfuerzo, conseguir meter todas las compras en el minúsculo maletero del deportivo, se encontraban entre cansados y satisfechos. Por una parte ella había descubierto que incluso el más hermoso de los hombres tenía su lado raro que pocos podrían imaginar y por parte de él había descubierto que le gustaban las mujeres que veían las guerras de las galaxias y podían reparar su coche cuando se quedaran tirados en algún momento.

El viaje de vuelta lo hicieron en un silencio agradable mientras dejaban que el piano de Yurima inundara el espacio, al aparcar no le resultó un viaje tan largo y cuando bajó se dio cuenta de que el resto de los chicos había vuelto. Sonrió mientras se alisaba nerviosa la falda con las manos y miraba a William antes de salir corriendo y subir para verles. Estaban discutiendo entre ellos, como casi siempre, los gemelos eran un foco de problemas constantes y Marcus era el encargado de ocuparse de resolverlos la mayoría de las veces.

- ¡Ese tipo no se separa del móvil ni cuándo va al baño! ¡Está haciendo de vientre y lo está mirando, ni cuando duerme podemos quitárselo ya que lo mete debajo de la almohada! Me está jodiendo mucho esta situación- gruñía Carlos mientras se tiraba de mala manera sobre una butaca.

- ¿Qué pasa?- preguntó ella que hasta el momento había pasado desapercibida.

- Hablábamos de…- comenzó a decir Marcus mientras se volvía a mirarla y paraba en seco silbando- Jesús… lo que hace la ropa- comentó mientras la miraba de arriba abajo- estás preciosa.

- Estás cañón- sentenció Carlos mientras sonreía.

- Sí señor, te comería enterita- aseguró Antonio mientras se llevaba los dedos a los labios para poder silbar como en los dibujos animados.

Amanda sonrió sonrojada mientras era alabada por los chicos, pero al instante le quitó importancia: Marcus era demasiado caballeroso como para decir otra cosa y los gemelos… bueno, los gemelos creía que todo lo que tenía falda y dos piernas era bonito y susceptible de ser llevado a su cama. William pasó a su lado con el ceño fruncido y se dejó caer sobre el sillón de ejecutivo que había detrás del escritorio con mala cara… no lo entendía, si hasta hace un momento había estado bastante alegre.

- ¿Qué pasa?- preguntó de malos modos.

- Necesitamos el teléfono de su novio- Antonio señaló a Amanda- pero no se despega de él para nada.

- Entonces habrá que llamar a la artillería pesada- concluyó este mientras sacaba su móvil.

- ¿Qué es la artillería pesada?-preguntó curiosa pero justo la alarma de su móvil sonó y lo sacó mirando la hora- ¡llego tarde! Mañana me lo contareis, hasta luego- se despidió mientras corría hacia la puerta.

- Mandaré la ropa a tu casa- le informó William.

- Ponte un abrigo- aconsejó Marcus.

- ¡Ponte lencería sugerente!- gritó Antonio para que le escuchara.

- Desnúdate en el pasillo para que te veamos- pidió Carlos.

Justo cuando terminó de gritar esta frase un cojín de tela beige se estrelló contra la cara del culpable que se volvió sorprendido hacia su amigo y jefe que lo mandó a trabajar, pero con la cara de pocos amigos que tenía era mejor no discutir así que los gemelos se marcharon para seguir trabajando en sus tareas. Marcus miró a William alzando una de sus cejas y tomó una carpeta negra que había dejado sobre el escritorio al tiempo que se alejaba un paso.

- Te recuerdo que fuiste tú el que puso esa única regla- comentó.

- Lo sé…

- Estás jodido.

- Lo sé…

- Esto es muy divertido- rio mientras se iba a la parte trasera a trabajar.

- Algún día mataré a estos tres idiotas- murmuró mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su butaca y supo que había algo que estaba más que claro: Estaba jodida y completamente acabado si no era capaz de empezar a controlarse un poco.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Capítulo 2: Los primeros días.



En principio al llegar a casa pensó que todo había sido una especie de alucinación o sueño colectivo, pero de alguna manera habían conseguido su número de teléfono y antes de siquiera subir en el ascensor ya le habían empezado a llegar mensajes de aquellos chicos recordándole que pasase lo que pasase no hablara con su novio, los reconoció porque en el sistema de mensajería instantánea tenían puesta una foto de perfil… ¿Cómo podían ser tan guapos por dios?

Abrió la puerta mirando el último mensaje “Si te llama ignóralo e infórmanos si sucede algo, no se te olvide” fue guardando los números en la memoria mientras aseguraba la puerta, dejaba las llaves en el mueble de la entrada y colgaba su abrigo y la bufanda en la percha. Como siempre que entraba en su pequeño lugar se quitó los zapatos y caminó sobre las mullidas alfombras. Miró de reojo a su cuarto pero no quería enfrentarse a ese recuerdo ahora, así que se tiró sobre el sofá de color rojo oscuro, tirando a marrón, y se envolvió en una manta beige de cachemira mientras encendía la tele y se abrazaba sus rodillas. Una de las cosas buenas que tenía su casa era que las luces se regulaban, además de con los interruptores, con un práctico mando blanco que colocó a su lado junto con el de la tele.

Estaban dando “Pretty Woman” y, como las anteriores cien veces, se quedó viéndola con una lágrima colgando del ojo aun cuando sabía cuál era el final, estaba demasiado sensible en ese momento como para ponerse a pensar en ello. Suspirando mientras tomaba un pañuelo miraba como la protagonista salía cargando con todas sus cosas de la lujosa habitación de hotel, dejándolo con sus dudas y su mala cabeza porque todos sabían que la amaba menos él.

Sentada cual Yoda dejando que la fuerza se concentrara en un punto de la pantalla, se encogió sobre sí misma y se tapó la cabeza con una manta, de tal manera que tan solo sus ojos podían verse. Suspiró mientras se acomodaba un poco mejor y de repente tuvo la imperiosa necesidad de tomar algo dulce, el problema es que no tenía ganas de levantarse y se encontró en ese dilema en el que toda mujer se ha visto en su vida: Quedarse acomodada en la postura perfecta, con la manta colocada de la manera adecuada para que pusiera un agradable calor sobre su piel, o mirar que había en su despensa perdiendo así esa agradable posición que era tan difícil de encontrar. “Si chocolate tú quieres, levantarte debes” dijo una risueña voz en su cabeza mientras fruncía la nariz mirando hacia la cocina.

Estaba por levantarse cundo escuchó un fuerte timbrazo y se quedó congelada, no esperaba a nadie a esas horas, volvió a sonar repetidamente el timbre y supo al instante quién era. Richard no se caracterizaba por la paciencia precisamente y estaba claro que quería entrar, después de lo que había pasado no había dejado la llave en el escondite de siempre y no tenía una copia de esta porque decía que no le gustaba tener cosas de nadie. Con manos temblorosas intentó coger el mando de las luces y tras herrar el botón, lo que provocó que las luces parpadearan un par de veces, consiguió apagarlas, le quitó la voz a la tele y se quedó en el más completo silencio rezando porque se fuera por sí mismo.

En vez de parar aumentó el ruido contra la puerta, estaba claro que sabía que estaba dentro y su teléfono empezó a sonar añadiendo su sonido al alboroto general y a los golpes que empezaban a dar los vecinos para que le hiciera callar. Amanda no era el tipo de chicas que estaban acostumbradas a ese tipo de situaciones, lo más peligroso que había hecho, a parte de la conducción deportiva que siempre conseguía cargarle las pilas, había sido salir en el número de un circo donde un lanzador de cuchillos había hecho explotar unos globos y tenía la sensación de que salir ahora iba a ser mucho más peligroso… además había hecho una promesa y ella siempre cumplía su palabra.

Tanteando en la oscuridad, tan solo rota por el leve resplandor de la tele, dio con su móvil que en ese momento había dejado de brillar y vibrar por las continuas llamadas de Richard que seguramente estaría borracho. No le gustaba verle así, ya que se ponía de muy mal humor y cuando se negaba a irse a la cama con él la insultaba de manera que siempre le hería en lo más profundo. Suspirando buscó entre los últimos mensajes y sin mirar siquiera quién de los cuatro hombres de la agencia había elegido llamó para que le echaran una mano. Coló su mano bajo la manta que la mantenía escondida y pegó el reluciente aparato contra su oído para escuchar los tonos.

- ¿Sí?- preguntó una adormilada voz de hombre desde el otro lado de la línea.

- Ho… hola- murmuró para que no la escuchara su novio al otro lado de la puerta- me dijiste que informara si ocurría algo y… Richard está aquí y no parece tener intención de irse. Está aporreando la puerta y llamándome… mis vecinos empiezan a molestarse, tengo que salir a verle ¿Qué hago?

- ¡No salgas!- William se había despertado de golpe al reconocer a la persona que le estaba hablando, llevaba unos días sin poder dormir bien y por eso había ido antes a casa. Sus arañas de búsqueda seguían funcionando y recopilando información sobre ella y su pareja pero él estaba confortablemente dormido en su cuarto.

- ¿Q… qué hago entonces?- su voz sonaba entre preocupada y asustada.

- No te preocupes, yo me ocupo- suspiró mientras se sentaba y se preparaba para vestirse- iré ahora mismo.

- Está bien, vivo en...

- Sé dónde vives- cortó él mientras se ponía en pie y empezaba a hacer llamadas inmediatamente tras colgar.

Amanda no supo cómo reaccionar: por un lado estaba aliviada de tener a alguien que pudiera ayudarla en esa situación y por otra le inquietaba bastante que, con tan solo su nombre, supiera dónde vivía y cuál era su número de teléfono. Se volvió a acomodar de nuevo mientras se envolvía más y más entre la manta, cada vez daba más la sensación de ser un Yedi que escapaba del imperio acurrucándose en su cueva. Puede que no lo pareciera pero era fan de la Guerra de las Galaxias desde que las vio con su hermano Teo, un marine que estaba más tiempo en el mar que en tierra, parecía un pez, era difícil casi imposible verlo en plena ciudad. De pequeña cuando era Halloween en vez de disfrazarse de fantasma ella solía disfrazarse de soldado imperial.

De repente los golpes cesaron y alzó la cabeza para escuchar mejor, pudo distinguir unas pisadas que subían por las escaleras. Las voces de los guardias de seguridad le preocuparon un poco… ¿había llamado William a la policía o lo había hecho alguno de sus vecinos? No lo sabía, pero Richard no iba a estar nada contento con aquello, muchas veces se preguntaba si solo se aferraba a él o es que era masoquista por amar a alguien así… nunca había encontrado una respuesta para estas preguntas. Suspiró y dejó caer su frente sobre sus rodillas cerrando los ojos, todo aquello era demasiado complicado, a veces le gustaría poder volver a ser una niña y olvidarse de todas esas cosas, acurrucándose de nuevo entre los brazos protectores de su hermano… nadie podía dudar que ella lo echaba de menos.

Cuando de repente volvió a sonar la puerta se tensó, aunque no sonaba igual. En vez de esos insistentes timbrazos que se metían por sus sentidos eran pequeños toques y suaves golpes sobre la puerta, como si temiera despertar a alguien con el fuerte sonido que provocaba el presionar ese botón que estaba colocado al lado de la puerta junto al de la luz… cosa que resultaba bastante confusa cuando uno llegaba a altas horas de la noche o estaba algo achispada, por lo que acababa llamando a su propia casa. Tras unos cuantos de accidente había acabado por hacer pequeños dibujos en los botones con pintura iridiscente. Esto había hecho gracia a sus vecinos pero al final habían acabado pidiéndole un poco para realizar la misma operación. Dejó de estar en sus pensamientos cuando el móvil empezó a temblar indicándole que recibía una llamada y esta vez era William, el chico de los ojos verdes.
- ¿Sí?- preguntó lo más flojito que pudo tras ponerlo en su oído.

- Soy yo, abre la puerta, ya se ha ido- respondió este.

- Voy- se levantó al instante pero sin soltar la manta, tan solo dejando que se resbalara hacia atrás por lo que se podía ver su pelo ahora revuelto mientras corría hacia la puerta sin encender la luz, lo que provocó que se golpeara en el dedo pequeño del pie contra una cómoda que tenía en la entrada. Jadeó mientras seguía sin soltar el móvil.

- ¿Estás bien?- preguntó él preocupado al otro lado de la línea.

- Sí, solo- abrió la puerta de un tirón- me golpeé en un pie- le miró a los ojos sin colgar el teléfono y se paralizó- Hola…

- Hola… -la recorrió con la mirada al tiempo que colgaba el móvil y lo guardaba en el bolsillo trasero de sus pantalones- me encanta ver a una mujer cómoda en su casa- alzó una ceja mientras la observaba de arriba abajo.

Se ruborizó un poco y se aclaró la garganta mientras se envolvía mejor en la manta, de todas maneras no debería importarle lo que él pensara ¿Verdad? Sólo la ayudaba a conseguir que Richard se comprometiera al fin con ella. Sin esperar a que ella lo invitara entró en su casa y buscó el interruptor de la luz llenando la habitación con un brillo blanco, los focos estaban escondidos de tal manera que la iluminación era perfecta pero no se veía de dónde provenía. Las paredes eran de un níveo blanco y sin embargo todos los muebles eran de colores extravagantes y llamativos, era raro pero combinaban entre sí de manera que solo podrían hacerlo en un ambiente tan distendido. Apenas había separación entre las habitaciones y las grandes ventanas en ese momento estaban cubiertas por pesadas cortinas color vino.

Caminó con pasos largos por todo el piso y sin pudor abrió la puerta del cuarto, miró a todos lados de la relajante estancia, decorada con tonos tierras y rojos y pasó a la cocina abriendo la nevera y tomando de ella una de las muchas pequeñas botellas de agua. Desenroscó el tapón y se la llevó a los labios recostándose contra la encimera.

- Adelante, como si estuvieras en tu casa- murmuró ella frunciendo un poco el ceño.

- No esperabas que me fuera tan rápido después de que me has despertado ¿verdad?-respondió mientras la miraba fijamente a los ojos y tomaba otro sorbo de agua.

- Siento eso… llegó la policía y se fue… seguro fue uno de mis vecinos y te hice venir para nada- comentó tomando un bollito de crema de uno de los armarios y suspiró cuando se lo metió casi entero en la boca.

- No, los llamé yo… no podía verme todavía y era mejor que se fuera antes de que llegara o le acabaría rompiendo la cara por ser tan capullo.

Ahora que se fijaba no llevaba puesto uno de sus trajes sino unos ceñidos pantalones vaqueros, gastados en las rodillas, unas zapatillas de deporte y una ajustada camiseta gris de manga corta… que marcaba unos músculos bastante duros y apetecibles. Durante un segundo se lo imaginó sin camisa y pensó que por culpa de chicos como él el calentamiento global se agravaba día tras día. Miró su garganta mientras tragaba el líquido y se atragantó con su propia saliva apartando la mirada algo sonrojada… no podía estar pensando eso de una persona que tendría que ver muy a menudo a partir de ese momento.

Estaba por preguntarle qué quería, si necesitaba algo de comer o algo así cuando su móvil empezó a vibrar de nuevo en su mano sobresaltándola. Lo alzó y lo miró para ver que se trataba de Richard, suspiró tragándose las ganas de contestar y bajó de nuevo el teléfono tirándolo después sobre el sofá. William sonrió, haciendo que un extraño calor se extendiera desde la base de su estómago hacia todos los lugares de su cuerpo, salivó un poco más de la cuenta y se tensó cuando se apartó de la encimera acercándose a ella y colocándole una mano sobre su cabeza.

- Buena chica, si has sido capaz de hacer eso puedo marcharme… -miró a su alrededor- tu piso me gusta, no creo que venga de nuevo, si algo pasa vuelve a llamarme- sonrió mirándola a los ojos y sintiendo algo cálido en su interior, era muy difícil encontrar a alguien a la que se le pudiera leer el alma en los ojos sin que se escondiera detrás de nada.

Al llegar se había preocupado cuando no le abrió la puerta y más cuando escuchó su quejido al otro lado del teléfono, los agentes que había mandado eran de su círculo de amistades y le habían informado de que iba algo borracho, o más bien que tenía una destilaría dentro de esa cloaca que tenía por boca. Al verla envuelta en una manta, con su pelo revuelto y una inocente expresión sintió que la tensión desaparecía y pudo relajarse e inspeccionar el lugar, podía saberse mucho de una persona por la forma en la que decoraba su casa y algo le decía que detrás de esa apariencia modosita había una divertida persona que adoraba reír y quería sacarla fuera como fuera.

Se marchó y Amanda se quedó mirando la puerta con la boca abierta… desde luego no entendía a los hombres eso estaba más que claro. Tomó un bote de helado de menta, una cuchara grande y se dirigió hacia su sofá, esa noche iba a ser mala, comería todo el dulce que no debería tomar ni siquiera en un mes y a la mañana siguiente le dolería el estómago pero se sentiría mucho mejor tras llorar viendo “El diario de Noah”.

A la mañana siguiente tenía los ojos hinchados, el estómago muy revuelto, su sofá de color rojo tenia manchas de helado por todos lados y sin embargo estaba feliz. Antes de ir a trabajar puso una lavadora con las fundas del sofá, se dio una larga ducha caliente y se visitó con uno de sus vestidos más nuevos dejando su pelo suelto para que se secara al aire. En la agencia de publicidad donde ella trabajaba se dedicaba a conseguir coches de lujos, que previamente ella probaba, para personajes ilustres que llegaran a la ciudad y adoraba conducir así que siempre lo pasaba bien. Además Sofía trabajaba con ella y siempre era bueno tener a alguien con quien reír entre informe e informe, eso sin contar que ella fue quien la animó a seguir con lo de El club de los Manipuladores y se sorprendió cuando le contó lo que había sucedido con William y Richard.

- ¿Y dices que ese William es un tipo caliente?- preguntó mientras tomaba un sorbo de su asqueroso café de máquina.

- ¿En serio te gusta el chocolate espeso? ¿Qué tipo de pregunta es esa?- respondió ella rodando los ojos.

- ¿No será que le gustas? Es raro que levantara solo para ir a ayudarte – dijo moviendo sus cejas de arriba abajo repetidas veces.

- Es su trabajo- suspiró y apuró su taza de café mientras volvía a su mesa.

Al salir se despidió de Sofía y se encaminó hacia el cuartel general de los chicos más hot de la ciudad, si la gente supiera lo que se juntaba en ese espacio seguro que no estarían tan aburridos como los había encontrado la primera vez, es más habría más admiradoras en la puesta que en un concierto de One Direction. Negó con la cabeza con media sonrisa mientras se colocaba mejor el bolso sobre el hombro ya que pesaba demasiado, lo raro es que no tuviera allí una espada laser. Miró la puerta respirando profundo todavía le resultaba extraño en hecho de estar en una agencia de manipulaciones. Llamó suavemente y entró despacio quedándose helada al ver lo que allí ocurría.

Marcus se volvió para mirarla y le sonrió antes de volverse hacia un tablón que el día anterior no estaba y parecía a los policíaco como los que había visto en la tele, tuvo un flas back de “Mentes Criminales” al notar los hilos de colores que conectaban las chinchetas que había sobre cada una de las fotos que formaban un mosaico, todas de su novio y otras tipas que reconoció como sus amantes. Mientras tanto William leía documentos que tenía amontonados sobre la mesa y tomaba un café de delicioso olor, los gemelos estaban disfrazados con uniformes de la compañía eléctrica.

- ¿Qué… pasa aquí?- preguntó mientras miraba de unos a otros- ¿Dónde vais?

- A colarnos en casa de tu novio- respondieron al unísono Carlos y Antonio mientras salían por la puerta.

Se quedó con la boca abierta mientras miraba sus espaldas que se alejaban y se iba acercando a la mesa de William. Miró los documentos y parpadeó un par de veces al darse cuenta de que en ellos estaba toda su vida resumida en pocas palabras junto con la de Richard ¿De dónde había salido todo eso? Incluso tenía el informe de una multa que le pusieron cuando tenía dieciséis años y acababa de conseguir el carnet, se supone que eso estaba en su ficha de menor, no podían saberlo ni el juzgado, pero qué demonios…

- Tienes que firmar aquí- dijo Marcus mientras dejaba el contrato ante ella.

- Está bien… -lo tomó entre sus manos y lo leyó rápidamente, era sencillo, claro y conciso, sin letra pequeña, decía todo tal y como se lo habían explicado la noche anterior, lo que más le consternaba es que tenía todos sus datos de la seguridad social sin que ella se los hubiera proporcionado. Un poco dubitativa firmó sobre la línea de puntos.

- Bueno… oficialmente eres nuestra clienta Amanda… Nosotros te enseñaremos que hasta el más fuerte de los hombres puede ser manipulado, esa es la función de El club de los manipuladores- le explicó William con una amplia sonrisa mientras Marcus se llevaba los documentos y le entregaba una copia.

sábado, 8 de noviembre de 2014

capitulo 1: El club


El club tenía un gran problema, no era económico, después de todo, las mujeres se dejaban una millonada por tener al hombre que querían… el problema es que el mercado se les estaba restringiendo. Las clientas que pedían sus servicios querían un hombre con dinero, nada de amor, eran objetivos financieros y aunque había muchas de estas había aún más de las otras…. Necesitaban encontrar la forma de ampliar su mercado.

Suspirando Marcus miró a sus compañeros de trabajo, todos tenían dinero más que de sobra, eran ricos, guapos e inteligentes, por eso se aburrían como nadie más podía hacerlo. De ahí había nacido el Club de los Manipuladores, en un primer momento fue dedicado a ver quién era capaz de ligar con más mujeres en la secundaria, en la universidad empezaron a ayudar a otros con complicados planes que ponían a prueba su destreza mental y física… y ahora se dedicaban a engordar la fortuna familiar, que era gestionada por gente que se interesara en esas cosas, con esa agencia para ayudar a mujeres y hombres desesperados.

En este momento tenían tres casos, a cuál de ellos más aburrido que el anterior, trabajos muy fáciles de solucionar con paciencia y estrategia, si esto seguía así acabarían volviendo a las andadas y a avergonzar a sus familias que hacían la vista gorda con ellos. Antonio y Carlos eran gemelos y en ese momento jugaban al póker descubierto en una mesa apartada, William presidía como siempre la sala en el elegante escritorio mientas se dedicaba a leer una novela de misterio, Marcus por su parte jugaba en su móvil de última generación a una carrera de coches para la cual giraba repentinamente el móvil de un lado a otro para que su auto no chocara contra un árbol cibernético… la imagen del aburrimiento en estado puro.

Amanda tragó saliva mientras paraba delante de la puerta de aquel establecimiento, le había costado tres o cuatro intentos decidirse a entrar y había pasado como una acosadora varias veces por la puerta… puede que le hubiera dicho a Sofía que no iba a ir pero el llegar a casa y encontrarse a Richard saliendo con una rubia despeinada le había hecho cambiar de opinión… no podía seguir así. Cansada bajó la vista y un mechón de pelo color caramelo con vetas rojizas y algo rubias le calló en la cara… si tan solo su pelo se decidiera por un tono y fuera rubia, morena o pelirroja y no una maldita morena que no llamaba la atención quizás él se fijara en ella. Miró a la puerta fijamente y supo que en cuanto pasara por ahí estaría oficialmente arruinada, su economía no podría aguantar un gasto así, pero era su última esperanza.

Tomando valor que no tenía entró tras llamar al timbre un par de veces, dentro se escuchó un revuelo y un golpe que la hizo atreverse a mirar abriendo la puerta, para encontrase a un chico tirado en el suelo. Al parecer se había asustado con el timbre y al estar balanceándose sobre la silla esta cayó hacia atrás, dejándolo tirado, con el móvil en la mano y unos desorbitados ojos grises mirando entre asustados y sorprendidos a la puerta. Como si esto no fuera suficiente el tipo estaba vestido de Armani y era verdaderamente atractivo… lo que hacía la situación incluso más ridícula.

Se llevó una mano a la boca aguantándose las ganas de reír mientras daba un paso al interior donde repentinamente unas carcajadas de hombre empezaron a expandirse por la sala, había dos chicos que eran exactamente iguales al fondo, ambos golpeaban la mesa mientras reían con ganas. Mientras tanto otro hombre, el que parecía ser el jefe de aquella elegante sala con cómodos sillones, decorada con colores cálidos y preparados para agradar al cliente, se aguantaba la risa. Este tenía el pelo color chocolate y perfectamente peinado, lo que llamaba la atención sobre sus ojos verdes… ¿Por qué todos ahí eran tan atractivos? Se sentía como una mosca que entraba en un nido de sofisticadas arañas.

- Pase, pase… no se preocupe por él, se levantará en cuanto recomponga su orgullo- dijo el que parecía ser el jefe mientras se ponía en pie para darle la bienvenida.

- S… si…- entró mientras se aclaraba la garganta para dejar de reír aunque su media sonrisa en los labios no se borró, en cambio su conciencia no la permitía pasar por el lado de una persona que necesitaba ayuda y dejarla ahí.

Paró al lado del chico y le tendió sus manos, en cuanto las tomó tiró con tanta fuerza como podía hasta que consiguió que estuviera en pie… no es que tuviera demasiada pero era mejor que nada porque los gemelos seguían revolcándose de la risa y el castaño no parecía dispuesto a arrugar su traje solo por ayudarle. Una vez estuvo sobre sus zapatos a medida de nuevo se apresuró a arreglarse el traje y se aclaró la garganta mientras le tomaba la mano y la besaba lentamente para agradecerle que se hubiera preocupado por él.

- Muchas gracias señorita- comentó con una sonrisa en los labios.

- Es lo mínimo que podía hacer cuando fue mi timbrazo el que hizo que cayera- rio un tanto sonrojada por su atención hacia ella.

- Siéntese- le ofreció con una inclinación de cabeza el que parecía ser el jefe. Mientras se sentaba y colocaba la falda larga hasta los pies, tremendamente recatada, este miró al que se había caído y le amenazó sin hacer ruido, el otro se encogió de hombros, en el momento en que ella alzó la cabeza ambos volvieron a su estado de serenidad.

- Cuéntenos cuál es su problema y le daremos una solución- intervino el de los ojos grises tomando asiento a su lado.
Miró de uno a otro, los gemelos habían alzado la cabeza y ahora estaban serios mirándola fijamente y tuvo que sonrojarse un poco… también eran tremendamente guapos, rostros angulosos con mandíbula fuerte de evidente ascendencia latina, sus ojos eran oscuros de largas pestañas… jamás había visto unos ojos así de penetrantes antes. Se miró las manos sobre su regazo y apretó la falda entre sus dedos.

- Yo… me gustaría decirles primero de nada que no tengo mucho dinero y sólo puedo aspirar a la más pequeña de sus tarifas- murmuró mientras mantenía la mirada baja- pero ustedes son mi última esperanza… necesito recuperarle o me moriré- se llevó una mano al corazón y con los ojos apunto de derramar sus lagrimas.

- Usted… ama a esa persona por lo que veo- William miró significativamente a sus tres compañeros que asintieron comprendiendo, quizás era ese el trampolín que necesitaban a ese nuevo mercado.

- Es mi novio… claro que lo amo- respondió mientras alzaba la cara para mirar a los ojos al castaño, al instante este tuvo que toser porque la saliva se le había quedado atascada en la garganta… eran los ojos más inocentes y dulces que había visto en su vida, de un corriente pero agradable color marrón, como la leña de un fuego hogareño- pero él… no para de acostarse con otras mujeres a pesar de que sabe que yo haría cualquier cosa por él y que lo amo con locura- su voz se entrecortó por el llanto que pugnaba por salir y que a duras penas retenía.

Por un momento abrió la boca y después volvió a cerrarla de golpe ¡Por fin algo remotamente interesante! Era la primera clienta que no quería conseguir un hombre, ella quería que el que ya tenía se fijase en que estaba allí. Al instante los ojos de los cuatro brillaron encantados con el desafío que se les presentaba y se apresuraron a tomar asiento alrededor de ella cada vez más interesados.

- E... Él siempre está con chicas rubias, guapas, altas y delgadas… yo no soy nada de eso- murmuró mientras negaba con la cabeza.

- Eso no importa realmente, usted es del grupo de mujeres echas para conservarlas, las que usted describe son de usar y tirar, para una sola noche… eso quiere decir que tiene muchas más posibilidades de mantenerlo que ellas de quitárselo- comentó uno de los gemelos.

- Bueno, yo creo que esta situación ocurre porque siente que usted estará siempre ahí para él, pase lo que pase- le respondió su hermano gemelo encogiéndose de hombros.

- Exacto- comentó el primero un poco más ancho de espaldas y con el pelo color chocolate, parecía el mismo pecado encarnado en ese traje de alta costura negro e impecable- pero podemos ayudarte, tan solo vas a tener que hacer una cosa...

- ¿Qué? haré cualquier cosa- se llevó la mano al pecho con el corazón acelerado, estaba completamente desesperada.

- Poner un perfecto no en tus perfectos labios... del resto, nos ocupamos nosotros.

Ella parpadeó un par de veces sin entender realmente lo que querían decir, pero por más que miraba alrededor ellos solo asentían dándole la razón al jefe que acababa de hablar. En ese instante empezó a sonar crazy in love de Beyonce en su teléfono móvil. Colocó su gran bolso sobre sus rodillas y peleó con todo lo que tenía dentro hasta conseguir encontrar el teléfono ¿por qué siempre llevaría tantas cosas con ella? Los gemelos reaccionaron al instante al escuchar la canción y empezaron a bailar al son imitando a la cantante, procurando que su clienta no los viese. William los fulmino con la mirada pero ellos se encogieron de hombros y siguieron con sus movimientos, aunque quedaba algo extraño al contraste de sus trajes a medida; Carlos se volvió y levanto la chaqueta mostrándole sus glúteos a su jefe y dedicándole un tuerquin mientras Marcus se esforzaba en aguantar una carcajada que luchaba por salir a través de su garganta. Cuando encontró su teléfono se fijó en que se trataba de Richard y se sorprendió, enseguida se preparó para responder… cosa que no consiguió porque el hombre que estaba sentado justo enfrente se lo quitó y lo bloqueó quitando el sonido y dejándolo sobre la mesa.

- ¿Q… que hace? –dijo alarmada mientras alargaba las manos para agarrarlo sin conseguirlo de nuevo ya que él se lo volvió a arrebatar.

- Desde este momento está bajo nuestro cuidado y en una semana no verá, no responderá llamadas o mensajes ni se pondrá en contacto con su novio- respondió este mientras sonreía- Mi nombre es William y estos son mis socios: Marcus- señaló al de os ojos grises- Antonio y Carlos- los gemelos saludaron al unísonom, parecia que tuviesen telepatía.

- M… Mi nombre es Amanda… ¿No deberíamos hablar de precios o hacer un contrato o algo? –murmuró preocupada mirando de unos a otros.

- No se preocupe por eso- respondió William mientras se lamía los labios lentamente- nosotros nos ocuparemos de todos los gastos- casi se escuchó el sonido de las mandíbulas desencajándose y los gemelos empezaron a gesticular exageradamente detrás de ella. Cuando miró hacia éstos pararon y sonrieron como si nada- A cambio usted nos permitirá utilizar su caso para publicidad.

Ella parpadeó un par de veces sorprendida y frunció un poco el ceño pensando en ello… ¿Quería que la utilizaran como un producto de márquetin? Sonrió para ella misma porque sabía que esa no era la pregunta que realmente importaba ¿Tenía otra opción? La respuesta era clara y sencilla: No. Solo podía acceder aunque eso significara perder un poco de su ya mermada dignidad. Bajó la mirada hacia sus manos que ahora jugueteaban nerviosas con la correa de su bolso y sentía los ojos expectantes de los cuatro hermosos hombres sobre ella. Suspiró antes de asentir.

- Perfecto- intervino Marco- tendré preparado el contrato para mañana mismo… pero debe saber algo, solo garantizamos el cien por cien de efectividad si hace todas las cosas que le decimos al pie de la letra ¿me ha entendido?

- S… supongo que si aunque no entiendo porque no he de hablar con él- murmuró apartando la mirada de nuevo.

- Por el momento no hace falta que entienda, venga mañana a la misma hora. Recuerde, nada de atender a las llamadas de ese hombre- Dijo el que debía ser Antonio… ¿O era Carlos? Ambos eran endemoniadamente parecidos, mientras la ayudaba a levantarse y la guiaba hacia la puerta devolviéndole el móvil.

Antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle incluso más confusa que cuando entró… pensó que iba a encontrarse en un lugar típico de las agencias matrimoniales: con fotos de las parejas que han unido en las paredes, señoras regordetas y risueñas, mujeres cotorreando por todos lados… pero no, había sido como entrar en una reunión con el presidente de una gran compañía y sus directivos. Ladeó la cabeza frunciendo el ceño y suspiró mientras se dirigía de nuevo hacia su casa, mejor pensar esas cosas en frío.

Mientras caminaba su móvil empezó a sonar de nuevo y lo alzó para ver quién era. Cerró los ojos con fuerza al ver el nombre de Richard con una foto suya parpadeando en el fondo de la pantalla aunque sabía quién era por su tono personalizado. Le hormigueaban los dedos por el deseo de atender el teléfono, de escuchar su voz grave y acogedora, por escuchar sus disculpas y que la amaba, aunque sabía que no era verdad… pero si quería de verdad su corazón tendría que hacer sacrificios y presionar el botón para ponerlo en silencio tan solo era el primero de ellos. Se mordió el labio inferior y suspiró mientras alzaba la cabeza, tenía que hacer la cena, dormir e ir a trabajar la mañana siguiente. Antes de darse cuenta ya habría vuelto y estaría con su contrato en la mano y junto con este, el mapa y las llaves para entrar en el corazón de esa persona.

William sonreía lentamente de lado mientras las mentes calculadoras de Antonio y Carlos preparaban los planes para la próxima semana, iba a ser agotador el primer tramo, sobre todo porque en este caso no podían realizar ningún cambio brusco en la apariencia de la clienta o su presa se escaparía como un cervatillo asustado… no, no iban a transformarla en una chica de usar u tirar, seguirían fieles a su estilo de novia duradera pero la haría progresivamente más atractiva. De todos es sabido que una mujer mejora su aspecto cuando se siente atraída por un hombre y eso es lo que ellos querían hacerle creer, porque no hay cosa que un hombre quiera más que aquello que otras personas desean… si pensaba que se la podían quitar se aferraría a ella como un clavo ardiendo.

Sabían que era un gilipollas, hasta ahí estaba claro, no se metían en los gustos de las clienta, pero no era tonto, por eso la había conservado tanto tiempo y sabía que no era de las personas que se enamoraban a primera vista. Ella iría cambiando poco a poco, evolucionando como los sentimientos hacia esta nueva persona, así que esta semana tan solo le quitarían esas horrendas gafas de pasta negras que llevaba y mejorarían su ropa, nada atrevido, vestidos por la rodilla tal vez.

- Esto sí que es un caso raro y entretenido- rio Marcus mientras tecleaba furiosamente en su portátil redactando el contrato, era abogado y Antonio y Carlos eran analistas y economistas así que siempre iban con las espaldas bien cubiertas.

- Va a ser divertido- comentó uno de estos, a pesar de que llevaban cerca de diez años juntos aún le era difícil distinguirlos.

- Sí que lo va a ser… mientras más difícil mejor ¿verdad chicos?- sonrió William de forma entre diabólica y divertida.

jueves, 6 de noviembre de 2014

El club de los manipuladores 1: Un perfecto No en sus perfectos Labios (Prólogo)

- No deberíamos hacer esto en la casa de tu novia- rio la rubia oxigenada que estaba entre los brazos de Richard repentinamente avergonzada por su comportamiento a pesar de estar ya con la blusa desabotonada.

- Oh vamos, sabes que ella siempre me perdona haga lo que haga, está tan enamorada de mí que se tiraría de un puente si yo se lo pidiera- rio entre dientes antes de volver a enterrar su cara entre los pechos operados de la rubia.

No podía creer lo que escuchaba tras la puerta de su propio cuarto, no solo contento con acostarse con otra en su propia cama, ni si quiera se había dignado a ir a un hotel o a el piso en el que vivía solo, se estaba burlando de ella mientras desnudaba a otra. Sintió náuseas y ganas de llorar a partes iguales... iba a tener que quemar las sábanas después de eso. Se sentía una mierda, él la trataba como si fuera poco más que uno de los tantos objetos caros que podía comprar con las tarjetas de sus padres, como si no tuviera sentimientos y su corazón no se rompiera un poco cada vez que le escuchaba decir esas cosas o estar con otra mujer. Muchas veces se preguntaba por qué aguantaba todo aquello, Amanda era fuerte y todos lo sabían pero con él… bueno, digamos que no se comportaba de la misma manera.

¿Cómo había acabado siendo de esta manera? En un principio su noviazgo había sido como cualquier otro pero en algún momento entre los diecisiete años, cuando decidieron empezar a salir en serio, tras haber sido amigos de la infancia, y los veinticuatro que tenía ahora, aquello se había transformado en algo que no comprendía. Le amaba, lo hacía con todo su corazón, de tal manera que poca gente creía posible, lo amaba tanto que no podía imaginarse sin él, que le dolía como si la apuñalaran este tipo de traición... pero no podía hacer nada, no quería dejarlo, si lo dejaba sentía que el mundo se le vendría encima.

Sin poder aguantar escuchar los gemidos que empezaban a salir de su cuarto tomó la chaqueta y la bufanda para salir al frío exterior, parecía que lo estaban pasando como ella no había degustado en meses. Agradecía que su amiga Sofía la hubiera obligado a quedar con ella, no quería estar sola en ese momento y esta siempre la escuchaba... aunque después venía el discursito de siempre: deberías dejarlo, es un capullo ingrato, te mereces algo mejor... si en la teoría todo estaba muy claro, pero a la hora de ponerlo en práctica estaba jodida. Jamás había podido negarle nada a Richard y algo le decía que iba a seguir así por un tiempo.

Se sentó en la silla de siempre mientras limpiaba las lágrimas antes de que su amiga apareciera con su despampanante cuerpo, su pelo rojo fuego y sus ojos chispeantes y le hiciera confesar que Richard había vuelto a decepcionarla de una manera incluso más atroz de lo que solía hacer. Un camarero que ya conocía se acercó y con una suave sonrisa dejó delante de ella un chocolate caliente con nubes que se derretían lentamente agregando, si era posible, más dulzor a la mezcla que olía deliciosamente.

- Y... yo no he pedido nada- murmuró mientras se lamía los labios inquieta.

- Lo sé... pero te vi llorando y pensé que esto te animaría, al fin y al cabo es chocolate- confesó el chico, era bastante guapo, de ojos azules, pelo rubio ceniza y cerca de dos metros de alto. Casi todas las adolescentes que venían a este local, además de por el delicioso chocolate que haría que cualquier mujer suspirara casi orgásmicamente, era para verle. Ancho de espaldas, cintura estrecha, manos grandes de largos dedos y cálidas.

- Gracias Matt, eres un amor- respondió esta con una titubeante sonrisa.

- Y tú eres una preciosidad Amanda, no entiendo como siempre estás deprimida- respondió guiñándome un ojo.

- Gracias por intentar animarme, pero no hace falta que mientas- contestó algo sonrojada.

Parecía que iba a decir algo pero abrió la boca y acabó por cerrarla de nuevo ya que lo estaban llamando desde otra mesa, suspiró y cerró los ojos mientras se marchaba. Dio un pequeño sorbo al delicioso contenido de su taza justo cuando apareció Sofía con su despampanante cuerpo embutido en un apretado vestido color azul profundo y su pelo rojo recogido sofisticada-mente sobre su hombro. Fuera donde fuese siempre atraía la mirada de los hombres y eso siempre me daba bastante envidia ¿Cómo se sentiría?

- Otra vez Matt intentando ligar contigo ¿eh?- preguntó con media sonrisa mientras se sentaba en frente.

- No digas tonterías, él no se fijaría en mi- apartó la mirada algo triste.

- Déjame adivinar ¿Richard te ha engañado de nuevo?- suspiró mientras asentía, Sofía rodó los ojos- ¿y esta vez con quién?

- No lo sé... pero ha sido en mi cama- murmuró mientras tomaba otro sorbo.

- ¡Esto ya es demasiado Amanda! Tu eres una chica estupenda, te mereces lo mejor y no a ese idiota que se pierde detrás de cualquier falda... o lo dejas o lo amarras para que solo te vea a ti, no puedes seguir así- le regañó su Sofía mientras llamaba a Matt para que le sirviera su acostumbrado té verde- quien tuviera tus genes y no engordara al tomar chocolate- suspiró.

- Pero... ¿Cómo hago que se fije en mí?- dijo mientras se miraba a sí misma, tan anodina como siempre, desde luego no era el tipo de chica con el que él solía salir.

- ¡Ya se! tienes que ir al Club de los Manipuladores- respondió esta mientras le pasaba un panfleto- ellos se encarga de que cualquier chica o chico caiga a tus pies, tienen un cien por cien de efectividad- dio un par de golpecitos en el papel con su dedo.

Lo miró extrañada, hablaba sobre un establecimiento en el que aseguraban ser capaces de manipular y controlar hasta niveles que no sabía si eran legales. Los precios eran desorbitados pero se garantizaba un cien por cien de efectividad y había varios comentarios de supuestos clientes satisfechos. No le importaba lo que pusiera, jamás había confiado en casamenteras, lugares de citas o cosas de ese estilo, menos en un negocio que se hacía llamar "El Club de los manipuladores" sonaba más a organización criminal que a otra cosa y no había fotos de trabajadores o referencias a los mismos, cosa que resultaba sospechosa.

- No me fío de esas cosas... ¿Cómo sabemos si es verdad?- suspiró mientras negaba con la cabeza un par de veces

- Lo cierto querida… es que si lo quieres no tienes otra opción- Sofía era tremendamente sincera y sabía que, desgraciadamente, tenía razón. Ya no le quedaban más opciones.