jueves, 13 de noviembre de 2014

Capítulo 2: Los primeros días.



En principio al llegar a casa pensó que todo había sido una especie de alucinación o sueño colectivo, pero de alguna manera habían conseguido su número de teléfono y antes de siquiera subir en el ascensor ya le habían empezado a llegar mensajes de aquellos chicos recordándole que pasase lo que pasase no hablara con su novio, los reconoció porque en el sistema de mensajería instantánea tenían puesta una foto de perfil… ¿Cómo podían ser tan guapos por dios?

Abrió la puerta mirando el último mensaje “Si te llama ignóralo e infórmanos si sucede algo, no se te olvide” fue guardando los números en la memoria mientras aseguraba la puerta, dejaba las llaves en el mueble de la entrada y colgaba su abrigo y la bufanda en la percha. Como siempre que entraba en su pequeño lugar se quitó los zapatos y caminó sobre las mullidas alfombras. Miró de reojo a su cuarto pero no quería enfrentarse a ese recuerdo ahora, así que se tiró sobre el sofá de color rojo oscuro, tirando a marrón, y se envolvió en una manta beige de cachemira mientras encendía la tele y se abrazaba sus rodillas. Una de las cosas buenas que tenía su casa era que las luces se regulaban, además de con los interruptores, con un práctico mando blanco que colocó a su lado junto con el de la tele.

Estaban dando “Pretty Woman” y, como las anteriores cien veces, se quedó viéndola con una lágrima colgando del ojo aun cuando sabía cuál era el final, estaba demasiado sensible en ese momento como para ponerse a pensar en ello. Suspirando mientras tomaba un pañuelo miraba como la protagonista salía cargando con todas sus cosas de la lujosa habitación de hotel, dejándolo con sus dudas y su mala cabeza porque todos sabían que la amaba menos él.

Sentada cual Yoda dejando que la fuerza se concentrara en un punto de la pantalla, se encogió sobre sí misma y se tapó la cabeza con una manta, de tal manera que tan solo sus ojos podían verse. Suspiró mientras se acomodaba un poco mejor y de repente tuvo la imperiosa necesidad de tomar algo dulce, el problema es que no tenía ganas de levantarse y se encontró en ese dilema en el que toda mujer se ha visto en su vida: Quedarse acomodada en la postura perfecta, con la manta colocada de la manera adecuada para que pusiera un agradable calor sobre su piel, o mirar que había en su despensa perdiendo así esa agradable posición que era tan difícil de encontrar. “Si chocolate tú quieres, levantarte debes” dijo una risueña voz en su cabeza mientras fruncía la nariz mirando hacia la cocina.

Estaba por levantarse cundo escuchó un fuerte timbrazo y se quedó congelada, no esperaba a nadie a esas horas, volvió a sonar repetidamente el timbre y supo al instante quién era. Richard no se caracterizaba por la paciencia precisamente y estaba claro que quería entrar, después de lo que había pasado no había dejado la llave en el escondite de siempre y no tenía una copia de esta porque decía que no le gustaba tener cosas de nadie. Con manos temblorosas intentó coger el mando de las luces y tras herrar el botón, lo que provocó que las luces parpadearan un par de veces, consiguió apagarlas, le quitó la voz a la tele y se quedó en el más completo silencio rezando porque se fuera por sí mismo.

En vez de parar aumentó el ruido contra la puerta, estaba claro que sabía que estaba dentro y su teléfono empezó a sonar añadiendo su sonido al alboroto general y a los golpes que empezaban a dar los vecinos para que le hiciera callar. Amanda no era el tipo de chicas que estaban acostumbradas a ese tipo de situaciones, lo más peligroso que había hecho, a parte de la conducción deportiva que siempre conseguía cargarle las pilas, había sido salir en el número de un circo donde un lanzador de cuchillos había hecho explotar unos globos y tenía la sensación de que salir ahora iba a ser mucho más peligroso… además había hecho una promesa y ella siempre cumplía su palabra.

Tanteando en la oscuridad, tan solo rota por el leve resplandor de la tele, dio con su móvil que en ese momento había dejado de brillar y vibrar por las continuas llamadas de Richard que seguramente estaría borracho. No le gustaba verle así, ya que se ponía de muy mal humor y cuando se negaba a irse a la cama con él la insultaba de manera que siempre le hería en lo más profundo. Suspirando buscó entre los últimos mensajes y sin mirar siquiera quién de los cuatro hombres de la agencia había elegido llamó para que le echaran una mano. Coló su mano bajo la manta que la mantenía escondida y pegó el reluciente aparato contra su oído para escuchar los tonos.

- ¿Sí?- preguntó una adormilada voz de hombre desde el otro lado de la línea.

- Ho… hola- murmuró para que no la escuchara su novio al otro lado de la puerta- me dijiste que informara si ocurría algo y… Richard está aquí y no parece tener intención de irse. Está aporreando la puerta y llamándome… mis vecinos empiezan a molestarse, tengo que salir a verle ¿Qué hago?

- ¡No salgas!- William se había despertado de golpe al reconocer a la persona que le estaba hablando, llevaba unos días sin poder dormir bien y por eso había ido antes a casa. Sus arañas de búsqueda seguían funcionando y recopilando información sobre ella y su pareja pero él estaba confortablemente dormido en su cuarto.

- ¿Q… qué hago entonces?- su voz sonaba entre preocupada y asustada.

- No te preocupes, yo me ocupo- suspiró mientras se sentaba y se preparaba para vestirse- iré ahora mismo.

- Está bien, vivo en...

- Sé dónde vives- cortó él mientras se ponía en pie y empezaba a hacer llamadas inmediatamente tras colgar.

Amanda no supo cómo reaccionar: por un lado estaba aliviada de tener a alguien que pudiera ayudarla en esa situación y por otra le inquietaba bastante que, con tan solo su nombre, supiera dónde vivía y cuál era su número de teléfono. Se volvió a acomodar de nuevo mientras se envolvía más y más entre la manta, cada vez daba más la sensación de ser un Yedi que escapaba del imperio acurrucándose en su cueva. Puede que no lo pareciera pero era fan de la Guerra de las Galaxias desde que las vio con su hermano Teo, un marine que estaba más tiempo en el mar que en tierra, parecía un pez, era difícil casi imposible verlo en plena ciudad. De pequeña cuando era Halloween en vez de disfrazarse de fantasma ella solía disfrazarse de soldado imperial.

De repente los golpes cesaron y alzó la cabeza para escuchar mejor, pudo distinguir unas pisadas que subían por las escaleras. Las voces de los guardias de seguridad le preocuparon un poco… ¿había llamado William a la policía o lo había hecho alguno de sus vecinos? No lo sabía, pero Richard no iba a estar nada contento con aquello, muchas veces se preguntaba si solo se aferraba a él o es que era masoquista por amar a alguien así… nunca había encontrado una respuesta para estas preguntas. Suspiró y dejó caer su frente sobre sus rodillas cerrando los ojos, todo aquello era demasiado complicado, a veces le gustaría poder volver a ser una niña y olvidarse de todas esas cosas, acurrucándose de nuevo entre los brazos protectores de su hermano… nadie podía dudar que ella lo echaba de menos.

Cuando de repente volvió a sonar la puerta se tensó, aunque no sonaba igual. En vez de esos insistentes timbrazos que se metían por sus sentidos eran pequeños toques y suaves golpes sobre la puerta, como si temiera despertar a alguien con el fuerte sonido que provocaba el presionar ese botón que estaba colocado al lado de la puerta junto al de la luz… cosa que resultaba bastante confusa cuando uno llegaba a altas horas de la noche o estaba algo achispada, por lo que acababa llamando a su propia casa. Tras unos cuantos de accidente había acabado por hacer pequeños dibujos en los botones con pintura iridiscente. Esto había hecho gracia a sus vecinos pero al final habían acabado pidiéndole un poco para realizar la misma operación. Dejó de estar en sus pensamientos cuando el móvil empezó a temblar indicándole que recibía una llamada y esta vez era William, el chico de los ojos verdes.
- ¿Sí?- preguntó lo más flojito que pudo tras ponerlo en su oído.

- Soy yo, abre la puerta, ya se ha ido- respondió este.

- Voy- se levantó al instante pero sin soltar la manta, tan solo dejando que se resbalara hacia atrás por lo que se podía ver su pelo ahora revuelto mientras corría hacia la puerta sin encender la luz, lo que provocó que se golpeara en el dedo pequeño del pie contra una cómoda que tenía en la entrada. Jadeó mientras seguía sin soltar el móvil.

- ¿Estás bien?- preguntó él preocupado al otro lado de la línea.

- Sí, solo- abrió la puerta de un tirón- me golpeé en un pie- le miró a los ojos sin colgar el teléfono y se paralizó- Hola…

- Hola… -la recorrió con la mirada al tiempo que colgaba el móvil y lo guardaba en el bolsillo trasero de sus pantalones- me encanta ver a una mujer cómoda en su casa- alzó una ceja mientras la observaba de arriba abajo.

Se ruborizó un poco y se aclaró la garganta mientras se envolvía mejor en la manta, de todas maneras no debería importarle lo que él pensara ¿Verdad? Sólo la ayudaba a conseguir que Richard se comprometiera al fin con ella. Sin esperar a que ella lo invitara entró en su casa y buscó el interruptor de la luz llenando la habitación con un brillo blanco, los focos estaban escondidos de tal manera que la iluminación era perfecta pero no se veía de dónde provenía. Las paredes eran de un níveo blanco y sin embargo todos los muebles eran de colores extravagantes y llamativos, era raro pero combinaban entre sí de manera que solo podrían hacerlo en un ambiente tan distendido. Apenas había separación entre las habitaciones y las grandes ventanas en ese momento estaban cubiertas por pesadas cortinas color vino.

Caminó con pasos largos por todo el piso y sin pudor abrió la puerta del cuarto, miró a todos lados de la relajante estancia, decorada con tonos tierras y rojos y pasó a la cocina abriendo la nevera y tomando de ella una de las muchas pequeñas botellas de agua. Desenroscó el tapón y se la llevó a los labios recostándose contra la encimera.

- Adelante, como si estuvieras en tu casa- murmuró ella frunciendo un poco el ceño.

- No esperabas que me fuera tan rápido después de que me has despertado ¿verdad?-respondió mientras la miraba fijamente a los ojos y tomaba otro sorbo de agua.

- Siento eso… llegó la policía y se fue… seguro fue uno de mis vecinos y te hice venir para nada- comentó tomando un bollito de crema de uno de los armarios y suspiró cuando se lo metió casi entero en la boca.

- No, los llamé yo… no podía verme todavía y era mejor que se fuera antes de que llegara o le acabaría rompiendo la cara por ser tan capullo.

Ahora que se fijaba no llevaba puesto uno de sus trajes sino unos ceñidos pantalones vaqueros, gastados en las rodillas, unas zapatillas de deporte y una ajustada camiseta gris de manga corta… que marcaba unos músculos bastante duros y apetecibles. Durante un segundo se lo imaginó sin camisa y pensó que por culpa de chicos como él el calentamiento global se agravaba día tras día. Miró su garganta mientras tragaba el líquido y se atragantó con su propia saliva apartando la mirada algo sonrojada… no podía estar pensando eso de una persona que tendría que ver muy a menudo a partir de ese momento.

Estaba por preguntarle qué quería, si necesitaba algo de comer o algo así cuando su móvil empezó a vibrar de nuevo en su mano sobresaltándola. Lo alzó y lo miró para ver que se trataba de Richard, suspiró tragándose las ganas de contestar y bajó de nuevo el teléfono tirándolo después sobre el sofá. William sonrió, haciendo que un extraño calor se extendiera desde la base de su estómago hacia todos los lugares de su cuerpo, salivó un poco más de la cuenta y se tensó cuando se apartó de la encimera acercándose a ella y colocándole una mano sobre su cabeza.

- Buena chica, si has sido capaz de hacer eso puedo marcharme… -miró a su alrededor- tu piso me gusta, no creo que venga de nuevo, si algo pasa vuelve a llamarme- sonrió mirándola a los ojos y sintiendo algo cálido en su interior, era muy difícil encontrar a alguien a la que se le pudiera leer el alma en los ojos sin que se escondiera detrás de nada.

Al llegar se había preocupado cuando no le abrió la puerta y más cuando escuchó su quejido al otro lado del teléfono, los agentes que había mandado eran de su círculo de amistades y le habían informado de que iba algo borracho, o más bien que tenía una destilaría dentro de esa cloaca que tenía por boca. Al verla envuelta en una manta, con su pelo revuelto y una inocente expresión sintió que la tensión desaparecía y pudo relajarse e inspeccionar el lugar, podía saberse mucho de una persona por la forma en la que decoraba su casa y algo le decía que detrás de esa apariencia modosita había una divertida persona que adoraba reír y quería sacarla fuera como fuera.

Se marchó y Amanda se quedó mirando la puerta con la boca abierta… desde luego no entendía a los hombres eso estaba más que claro. Tomó un bote de helado de menta, una cuchara grande y se dirigió hacia su sofá, esa noche iba a ser mala, comería todo el dulce que no debería tomar ni siquiera en un mes y a la mañana siguiente le dolería el estómago pero se sentiría mucho mejor tras llorar viendo “El diario de Noah”.

A la mañana siguiente tenía los ojos hinchados, el estómago muy revuelto, su sofá de color rojo tenia manchas de helado por todos lados y sin embargo estaba feliz. Antes de ir a trabajar puso una lavadora con las fundas del sofá, se dio una larga ducha caliente y se visitó con uno de sus vestidos más nuevos dejando su pelo suelto para que se secara al aire. En la agencia de publicidad donde ella trabajaba se dedicaba a conseguir coches de lujos, que previamente ella probaba, para personajes ilustres que llegaran a la ciudad y adoraba conducir así que siempre lo pasaba bien. Además Sofía trabajaba con ella y siempre era bueno tener a alguien con quien reír entre informe e informe, eso sin contar que ella fue quien la animó a seguir con lo de El club de los Manipuladores y se sorprendió cuando le contó lo que había sucedido con William y Richard.

- ¿Y dices que ese William es un tipo caliente?- preguntó mientras tomaba un sorbo de su asqueroso café de máquina.

- ¿En serio te gusta el chocolate espeso? ¿Qué tipo de pregunta es esa?- respondió ella rodando los ojos.

- ¿No será que le gustas? Es raro que levantara solo para ir a ayudarte – dijo moviendo sus cejas de arriba abajo repetidas veces.

- Es su trabajo- suspiró y apuró su taza de café mientras volvía a su mesa.

Al salir se despidió de Sofía y se encaminó hacia el cuartel general de los chicos más hot de la ciudad, si la gente supiera lo que se juntaba en ese espacio seguro que no estarían tan aburridos como los había encontrado la primera vez, es más habría más admiradoras en la puesta que en un concierto de One Direction. Negó con la cabeza con media sonrisa mientras se colocaba mejor el bolso sobre el hombro ya que pesaba demasiado, lo raro es que no tuviera allí una espada laser. Miró la puerta respirando profundo todavía le resultaba extraño en hecho de estar en una agencia de manipulaciones. Llamó suavemente y entró despacio quedándose helada al ver lo que allí ocurría.

Marcus se volvió para mirarla y le sonrió antes de volverse hacia un tablón que el día anterior no estaba y parecía a los policíaco como los que había visto en la tele, tuvo un flas back de “Mentes Criminales” al notar los hilos de colores que conectaban las chinchetas que había sobre cada una de las fotos que formaban un mosaico, todas de su novio y otras tipas que reconoció como sus amantes. Mientras tanto William leía documentos que tenía amontonados sobre la mesa y tomaba un café de delicioso olor, los gemelos estaban disfrazados con uniformes de la compañía eléctrica.

- ¿Qué… pasa aquí?- preguntó mientras miraba de unos a otros- ¿Dónde vais?

- A colarnos en casa de tu novio- respondieron al unísono Carlos y Antonio mientras salían por la puerta.

Se quedó con la boca abierta mientras miraba sus espaldas que se alejaban y se iba acercando a la mesa de William. Miró los documentos y parpadeó un par de veces al darse cuenta de que en ellos estaba toda su vida resumida en pocas palabras junto con la de Richard ¿De dónde había salido todo eso? Incluso tenía el informe de una multa que le pusieron cuando tenía dieciséis años y acababa de conseguir el carnet, se supone que eso estaba en su ficha de menor, no podían saberlo ni el juzgado, pero qué demonios…

- Tienes que firmar aquí- dijo Marcus mientras dejaba el contrato ante ella.

- Está bien… -lo tomó entre sus manos y lo leyó rápidamente, era sencillo, claro y conciso, sin letra pequeña, decía todo tal y como se lo habían explicado la noche anterior, lo que más le consternaba es que tenía todos sus datos de la seguridad social sin que ella se los hubiera proporcionado. Un poco dubitativa firmó sobre la línea de puntos.

- Bueno… oficialmente eres nuestra clienta Amanda… Nosotros te enseñaremos que hasta el más fuerte de los hombres puede ser manipulado, esa es la función de El club de los manipuladores- le explicó William con una amplia sonrisa mientras Marcus se llevaba los documentos y le entregaba una copia.

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